Isidore Lucien Ducasse, Conde de Lautreamont |
Bajo la mirada de los talentudos defensores de las editoriales
actuales (quienes adhieren a la corrupción en que las mismas se encuentran
flotando) Lautreamont sería lo que la estupidez de los escritores a sueldo
tienen por costumbre desarrollar.
Pero el universo creativo de Isidore Ducasse es otra cosa. La intención
de este corto texto introductorio es establecer un contraste entre lo
desarrollado en él y lo
estipulado por el personaje que llevó a cabo su colaboración en Wikipedia.
Quien lea el canto segundo de Maldoror, podrá acceder a través
de un link al texto publicado por aquella gente; donde encontrara los datos
biográficos del Montevideano.
Cantos de Maldoror
Canto Segundo
¡Qué niño encantador está sentado en un banco del jardín de las
Tullerías! Sus ojos audaces miran fijamente algún objeto invisible, allá lejos
en el espacio. No debe tener más de ocho años, y, sin embargo, no se divierte
como sería lógico. Por lo menos debería reír y pasear con algún camarada, en
lugar de apartarse; pero no está en su temperamento.
¡Qué niño encantador está sentado en un banco del jardín de las
Tullerías! Un hombre, movido por un oculto designio, va a sentarse a su lado en
el mismo banco, con actitudes equívocas ¿Quién es? No necesito decíroslo, pues
lo reconoceréis por su conversación tortuosa. Escuchemos sin molestarlos:
-¿En qué pensabas, niño?
-Pensaba en el cielo.
-No es necesario que pienses en el cielo; nos sobra con pensar en la
tierra. ¿Estás cansado de vivir, tú, que apenas acabas de nacer?
-No, pero todo el mundo prefiere el cielo a la tierra.
-Oye bien, yo no. Pues como el cielo ha sido hecho por Dios, lo mismo
que la tierra, ten por seguro que encontrarás los mismos males que acá abajo.
Después de la muerte no obtendrás una recompensa de acuerdo con tus méritos,
pues si cometen injusticias contigo en este mundo (como lo comprobarás por
experiencia más tarde), no hay razón para que en la otra vida ya no las cometan
más. Lo mejor que puedes hacer es no pensar en Dios, y hacerte justicia por ti
mismo, ya que te la rehúsan. Si uno de tus camaradas te ofendiera, ¿acaso no te
haría feliz matarlo?
-Pero está prohibido.
-No está tan prohibido como crees. Se trata simplemente de no dejarse
atrapar. La justicia que suministran las leyes no vale nada; es la
jurisprudencia del ofendido la que cuenta. Si detestaras a uno de tus
camaradas, ¿no serías desdichado al saber que en todo instante lo tienes en la
mente?
-Es cierto.
-Tenemos, pues, uno de tus camaradas que te hará desdichado toda la
vida; porque al comprender que tu odio es sólo pasivo, no dejará de burlarse de
ti, y de hacerte daño impunemente. No hay más que un medio de poner fin a la
situación: desembarazarte del enemigo. He ahí adonde quería llegar para hacerte
comprender sobre qué bases está fundada la sociedad actual. Cada uno debe
hacerse justicia por sí mismo, salvo que sea un imbécil. Obtiene la victoria
sobre sus semejantes sólo el más astuto y el más fuerte. ¿Acaso no querrás
algún día dominar a tus semejantes?
-Sí, sí.
-Sé entonces el más fuerte y el más astuto. Todavía eres demasiado
joven para ser el más fuerte; pero desde hoy puedes emplear la astucia, el más
precioso instrumento de los hombres de genio. Cuando el pastor David alcanzó en
la frente al gigante Goliath con una piedra lanzada con su honda, ¿no resulta
admirable comprobar que solamente por la astucia David venció a su rival, y
que, por el contrario, si hubiesen luchado a brazo partido, el gigante lo
habría aplastado como a una mosca? Lo mismo pasa contigo. En lucha abierta, no
podrás jamás vencer a los hombres, sobre quienes ansias extender el imperio de
tu voluntad; pero con la astucia, tú podrás luchar solo contra todos. ¿Deseas
riquezas, hermosos palacios y gloria? ¿O me engañaste cuando afirmabas tan
nobles pretensiones?
-No, no, no os engañaba. Pero quisiera adquirir lo que deseo por otros
medios.
-Entonces no lograrás nada. Los medios virtuosos y bonachones no
conducen a nada. Es preciso poner en acción palancas más enérgicas y
maquinaciones más inteligentes. Antes de que llegues a ser célebre por tu
virtud y que alcances la meta, centenas de otros tendrán tiempo de realizar
cabriolas por encima de tu lomo, y llegar al final de la carrera antes que tú,
de modo que ya no habrá allí lugar para tus ideas limitadas. Hay que saber
abarcar con más grandeza el horizonte del tiempo presente. ¿No has oído hablar
nunca, por ejemplo, de la gloria inmensa que aportan las victorias? Y, sin
embargo, las victorias no se producen solas.
Es necesario derramar sangre,
mucha sangre, para engendrarlas y depositarlas a los pies de los
conquistadores. Sin los cadáveres y miembros esparcidos que se observan en la
llanura donde se ha realizado la juiciosa carnicería, no habría guerra, y sin
guerra no habría victoria. Así, ves, que cuando se pretende alcanzar la celebridad,
es imprescindible sumergirse con elegancia en ríos de sangre alimentados por la
carne de cañón. El fin justifica los medios. La primera condición para llegar a
ser célebre es tener dinero. Ahora bien, como no lo tienes, tendrías que
asesinar para adquirirlo pero como no eres bastante fuerte para manejar el
puñal, hazte ladrón, en espera de que tus miembros se desarrollen. Y para que
se desarrollen más rápido, te recomiendo hacer gimnasia dos veces por día, una
hora por la mañana y una hora por la noche. De esta manera tu podrás intentar
el crimen, con ciertas probabilidades, desde la edad de quince años, en lugar
de esperar hasta los veinte. El amor por la gloria todo lo justifica, y quizás
más tarde, dueño y señor de tus semejantes, les puedas hacer casi tanto bien
como mal les has hecho en un comienzo…
Maldoror nota que la sangre hierve en la cabeza de su joven
interlocutor; tiene las ventanas de la nariz hinchadas, y de sus labios brota
una leve espuma blanca. Le palpa el pulso: las pulsaciones están aceleradas. La
fiebre domina su cuerpo frágil. Teme las consecuencias de sus palabras; el
infeliz se aparta contrariado por no haber podido conversar más tiempo con ese
niño. Si en la edad madura es tan difícil dominar las pasiones, oscilando entre
el bien y el mal, ¿qué no ha de suceder en un espíritu todavía colmado de
inexperiencia? ¿y qué cantidad proporcionalmente mayor de energía no ha de
necesitar? Tres días de cama bastarán para que el niño se ponga bien. ¡Quiera
el cielo que el contacto materno lleve la paz a esa flor sensible, frágil
envoltura de un alma encantadora!
Los absurdos dichos de Wikipedia
Descargar Cantos del Maldoror (completo) desde aquí
Un lúcido análisis de Lautreamont escrito por Enrique Pichón Riviere aquí
Portada un libro de Riviere sobre el Montevideano |
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